Atienza, 17..?-Atienza, 183.?
Encontramos a Manuel Sánchez Yagüe, natural de Atienza en donde es farmaceútico, como voluntario realista en el primer tercio del siglo XIX.
El
Cuerpo de Voluntarios Realistas fue una milicia que Fernando VII organizó por
orden del 10 de junio de 1823, tras la caída del gobierno liberal en España.
Tenía como objetivo evitar el restablecimiento del gobierno constitucional y
luchar contra los elementos liberales.
Estaba formado por los entonces elementos más intransigentes del absolutismo
español. Dependían de los ayuntamientos y estaban bajo la autoridad del capitán
general, excepto en el País Vasco, en el que el control lo ejercían las
diputaciones forales. En 1826 estaba integrado por 200.000 voluntarios, pero
sólo la mitad llegó a estar uniformado y armado en 486 batallones de infantería,
20 compañías de artillería, 52 escuadrones de caballería y algunas compañías de
zapadores. El cuerpo tenía un inspector general, siendo el primero José María
Carvajal.
Se disolvió oficialmente en 1833, y una parte de sus integrantes se sumó las fuerzas
del infante Carlos María Isidro durante la Primera Guerra Carlista.
No faltaron, en la comarca de
Atienza, personajes que se integraron en dicho cuerpo, uno de aquellos fue uno
de los boticarios de Atienza, Manuel Sánchez Yagüe, quien pasó mil y una
calamidades sirviendo en el cuerpo, pero mejor, ya que tenemos su testimonio,
que sea él quien nos cuente su aventura, a través de un memorial que dirigió a
quien lo quisiese escuchar.
De su aventura se hizo eco la prensa
de la época, quien comenzó retratando al personaje:
Don Manuel Sánchez, vecino de la villa de Atienza, fue uno de los que habiendo
intervenido en casi todas las tentativas de aquel heroico país en beneficio de
S.M. abandonando sus comodidades y familia, se incorporaron desde el primer
momento a las tropas realistas organizadas en Sigüenza en 1822. Constante en su
resolución, las acompañó hasta el momento en que tuvo que pasar a Francia, en
compañía de uno de los individuos de la Junta a implorar socorros para aquella
provincia devastada por la rabia de los revolucionarios; regresando desde
Bayona con una comisión importante fué aprendido por los voluntarios de
Tarazona, y conducido á Zaragoza, de donde salió entre las filas
constitucionales del general Ballesteros.
Continuaba la crónica: Nuestros lectores verán en la adjunta relación que
nos comunica, hasta qué punto ha llegado la barbarie de esa secta, que ahora
pondera tanto la moderación.
Y es aquí, donde comienza el relato de nuestro paisano:
Señores Editores: el día 3 de abril (de 1823) á las once de la noche me sacaron
del castillo de Zaragoza con otros 700 realistas para embarcarnos en el
canal con dirección á Tudela: permanecimos en ésta dos días, y al tercero
salimos con destino á Santoña con el barro á la rodilla , perdiendo todos el
calzado en esta expedición.
Con motivo de hospedarse el general Ballesteros en Alfaro tuvimos que pasar á
la Aldea, dos leguas mas allá, permaneciendo en un barrizal hasta la rodilla
ínterin pasaba S. E. Llegados al pueblo nos cerraron en la iglesia, donde con
el agua, barro y frialdad se baldaron muchos de mis compañeros. Al día
siguiente salimos para Calahorra, aumentándose el número de baldados por el mal
tiempo, sin otro alivio que el de ser puestos en un carro uno sobre otro como
costales de trigo.
Al salir de Calahorra el comandante abrió la cabeza á un teniente coronel, que
hizo fusilar á veinte pasos de la población, curando de este modo sus heridas.
Los demás conducidos en bagajes unos, y luchando con la muerte otros, llegamos
á Morillo, donde nos cerraron en un pósito tan reducido que al amanecer hubo
que sacarnos á respirar aire libre, siendo milagro que no nos hubiéramos
ahogado todos. Aumentado considerablemente el número de enfermos, partimos para
Fuenmayor , haciendo un ligero descanso en Logroño, donde quedaron algunos
enfermos, no en el hospital para curarse, sino en la cárcel para morirse cuanto
antes.
Los demás llegamos á Fuenmayor, dormimos en la iglesia, y salimos para Haro;
pero hubo contraorden para que fuésemos á Logroño: anduvimos media legua,
y á la legua se nos mandó
volver á Logroño, á donde llegamos rendidos de andar atrás y adelante con un
fuerte calor, y poco menos que corriendo. Permanecimos un día allí, porque
ninguno quería encargarse de nuestra conducción , hasta que Chapalangarra lo
hizo, mandando que al que no pudiese andar, ó se quedase atrás, se le tiraran
cuatro tiros.
De esta suerte caminamos hasta Tudela, andando diez y once leguas por día ; en
la que habiendo alojamiento, se nos hizo dormir al sereno en una noche muy
fría, llegando la barbarie hasta amenazarnos con la muerte, porque nos
quejábamos del frió.
Escoltados de los voluntarios peseteros salimos para Mallen, donde murieron dos
del sofoco del alojamiento. Reunidos á éstos los de Borja principió el fuerte
de nuestros trabajos. Era cosa espantosa ver aquellos tigres
despojarnos de nuestros pobres vestidos, atravesar con la bayoneta
n
uestros compañeros, y caer tal vez de un tiro el inmediato, quedando el cadáver
pendiente del brazo de un compañero á quien le unía una misma cuerda. Enmedio
de esta confusión llegamos á Alagón, donde se nos destinó á un portal en que
cabían solos 300 de los 900 que componíamos esta desventurada comitiva.
Observando esta imposibilidad el comandante, "yo haré que cojan,"
respondió un sargento; y envistiendo á bayonetazos y tiros á los que estaban
dentro, nos embanastó como sardinas, quedando mezclados los vivos con los
muertos por la sofocación, cansancio y tiros.
De esta suerte caminamos hasta Lérida, incorporándose al paso los peseteros de
Zaragoza, que unidos á los anteriores sacrificaron más de 200 realistas,
robándonos hasta la ropa rota y sucia soldados y comandantes, de suerte que
unos iban sin camisa, otros en calzoncillos , y todos luchando con la desnudez
y el hambre al mismo tiempo. En Tudela sacaron 10 rs. á un realista para
socorrernos, y el comandante se embolsó el dinero, negándonos hasta el pan, y
teniéndonos cuatro días sin probar bocado, ni aun permitirnos beber agua. En
Lérida se renovó la escolta con tropa de línea que nos condujo con menos
inhumanidad; entresacaron los curas, frailes, oficiales, y atándolos malamente
nos condujeron al presidio de Tarragona. A los tres días pusieron con cadena
más de ciento, y á nosotros nos destinaron á un calabozo, incorporándonos con
los facinerosos. Dándonos después víveres para solos dos días, nos pusieron en
un barco de pescador con dirección á Cartagena, colocándonos á 50 en la
capacidad de 30, y escogiendo por patrón á un corsario constitucional.
Después de once días, de los que dos estuvimos para naufragar arribamos á Cartagena, donde nos tuvieron
á bordo 5 días, sin permitir que saliesen más de 10 de nuestro barco, y 50 de
otros para el hospital. A los demás nos desembarcaron después con otros 450 que
venían en diferentes barcos; los llamados cabecillas fuimos atados
inhumanamente apenas saltamos á tierra; y con orden de fusilarnos al primer
movimiento, emprendimos nuestra marcha para Málaga, durmiendo en cementerios y
establos todas las noches, y comiendo alguno que otro día dos cucharadas de un
miserable rancho, porque el comandante no solo nos robó nuestro socorro, sino
hasta las crecidas limosnas que hacían para nuestro alivio. En Guadix recibió
orden de conducirnos á Almería, en cuyo viaje no solo no comimos y tuvimos los
sepulcros por camas, sino que nos hizo marchar por medio de un arroyo, sin
permitirnos orillar y tomar el camino, de cuyas resultas á la llegada á Almería
fuimos 7 2 al hospital, de los que la mayor parte recibieron al siguiente hasta
la Extremaunción. A pocos días se nos hizo embarcar para Motril, siendo
necesario bajar en brazos á los enfermos: se nos colocó á 180 en un barco donde
cabían escasamente 70, los enfermos sobre cubierta, sin más provisiones
que pan y agua para dos días, con orden de que nos echasen al mar si no querían
recibirnos.
Fuimos recibidos á balazos, y como de milagro se nos devolvió á Almería después
de siete días, en que no comimos más de siete medias raciones de pan, ni
bebimos más de agua mareada. Se nos sacó á tierra para conducirnos por ella á
Motril. Los sanos no podían moverse hinchadas las piernas de venir unos sobre
otros; los enfermos por la impresión del sereno y los soles, y sobre todo por
la falta de alimento.
Detuvo la marcha, reduciéndose toda la caridad de aquellas fieras á dejar en el
hospital á los más gravemente enfermos, de los cuales era uno yo. A pocos días
se me mandó salir para Motril, y haciendo presente mi imposibilidad se me
contestó que muerto ó vivo había de ir allá. En este apuro, recogiendo las
pocas fuerzas que me quedaban, y ayudado de mi hijo, compañero inseparable de
mis trabajos desde que supo la prisión, logré salirme y ocultarme en casa de un
buen realista, donde permanecí 17 días en cama, hasta que avisado de que se
sabía mi permanencia, y trataban de prenderme y fusilarme, tuve que salir de
noche, desnudo, poco menos que á rastra, y sin saber camino.
Oculto unas veces entre matas, luchando otras con la debilidad y la inclemencia
pude arribar por fin al primer pueblo realista, donde encontré la humanidad que no habita
entre los revolucionarios.
Mi estómago ha perdido enteramente sus fuerzas; y mi cuerpo deshecho con los
trabajos camina por momentos á la nada de donde salió. Ruego á ustedes
encarecidamente se sirvan insertar la historia de nuestras desgracias, para que
los pueblos vean la humanidad práctica de los que se precian de civilizarnos, y
cuando menos encomienden á Dios á los desgraciados compañeros de mi lealtad que
murieron á mano de estas fieras. De ustedes afectísimo servidor Q. B. S. M. —
Manuel Sánchez Yagüe."
Y nos dice el mismo medio en el que dicha aventura fue publicada:
Dudaríamos de esta relación á no haberla recibido de mano de su autor, en cuyo
rostro se hallaba estampada la historia de todos sus trabajos. Vestido de
arriero, con un sombrero redondo en la mano, amarillo su rostro, reducido ya á
los huesos y el pellejo, la voz trémula y fatigosa le oímos referir una por una
sus desgracias, á las que no llega con mucho esta relación que nos ha
comunicado. Sentimos tener que rehacer el papel y angustiar el corazón de
nuestra patria con la relación de unos horrores cometidos por hijos suyos
contra sus propios hermanos; pero estas sombras realzan por otra parte la
lealtad pura de sus verdaderos hijos, confundiendo la obra de esa filosofía
enemiga de nuestro suelo, y dan margen á reflexiones profundas é interesantes.
Lluvias, barros hasta la rodilla, desnudez, hambre, bayonetazos, sofocaciones
en la habitación, fríos, naufragios, enfermedad, insultos padecidos por un
realista que lucha á brazo partido con los sufrimientos y la muerte, son nada ,
son ambición , hambre de empleos, iniquidad á los ojos de la moral del siglo
XIX.
El robo de prendas, de las limosnas, de la ropa de estos desdichados; la
inhumanidad de su conducción, el abrirles la cabeza y curarlos con un balazo,
el cerrarlos como ovejas en un bache, el tenderlos sobre los sepulcros, el
hacerles caminar por el agua, el no respetar hasta el lecho de su dolor,
violando los derechos de la humanidad doliente es liberalidad, patriotismo,
celo, mansedumbre, caridad á los ojos de tanto misántropo hipócrita, que
habiéndose complacido en los lamentos de la virtud, solo ha reservado sus
lágrimas para llorar, y deprimir la obra de la justicia. Confróntese la suerte
de este desdichado con la de sus verdugos. ¡Qué contraste tan vergonzoso para
este siglo de tinieblas y de error!
En los mismos días en que aquellos aseguraban su fortuna, llega a Madrid este miserable....
¿Y qué suerte ha sido la suya después de haber agotado el sufrimiento por su
Dios y por su Rey?
Nosotros le hemos visto vestirse de limosna ; nosotros le hemos visto mendigar
un caldo que su estómago no podía detener; nosotros hemos tenido á la vista las
cartas de su desgraciada familia, que embargados sus bienes y abandonada á la
indigencia, sin más crimen que la lealtad de su padre en estos años, se hallaba
obligada á quitarse de la boca el pan para socorrerle, nosotros le hemos visto
caminar de oficina en oficina, postrarse por fin en una cama, y partir después
á aumentar la amargura y costa de sus hijos hasta que recoja sus huesos el
sepulcro: nosotros hemos visto á un hijo transido del hambre , y desnudo, por
no faltar á los deberes de la naturaleza, partir á su lado, volviendo al seno
de su familia sin más socorro que un padre moribundo: nosotros le hemos oído
referir que al presentar un despacho provisional con que se remuneraban tantas
fatigas , hubo un militar que le preguntó: ¿quién había elevado un paisano al
grado de capitán? y ¿Quién le había elevado? La desgracia de unas autoridades
que no encontraron lealtad en otra parte; la rebelión de unas tropas que
abusaron de las armas que les confió la patria; el egoísmo de tantos que solo
se dejan ver como el iris cuando sale el sol después de pasada la tormenta.
Señor: lleguen á las oídos de V. M. estos clamores de la lealtad. Examine V. M.
las manos de esos censores tan severos hoy con los realistas; pregúnteles V. M.
¿dónde estaban cuando aquellos padecían hambre, y luchaban con los horrores de
la persecución? Y si la sabiduría corrompida ó vergonzosamente cobarde abandonó
á V. M. en sus mayores apuros, ¿serán delito los yerros de quien emprendió una
obra que debía ejecutar ella, arrojándose á los peligros sin más ciencia que la
de morir al lado de su Rey? Haga V. M. recaer el premio sobre los amigos
probados en la tribulación y el Trono será estable.
Una
página más de nuestra historia reciente.
Tomás
Gismera Velasco