Blog dedicado a la biografía breve de personajes destacados y curiosos de la provincia de Guadalajara, hasta el siglo XX, por Tomás Gismera Velasco.-correo: gismeraatienza@gmail.com

jueves, mayo 22, 2014

MANUEL SÁNCHEZ YAGÜE

MANUEL SANCHEZ YAGUE
Farmaceútico. Militar
Atienza, 17..?-Atienza, 183.?

   Encontramos a Manuel Sánchez Yagüe, natural de Atienza en donde es farmaceútico, como voluntario realista en el primer tercio del siglo XIX.
El Cuerpo de Voluntarios Realistas fue una milicia que Fernando VII organizó por orden del 10 de junio de 1823, tras la caída del gobierno liberal en España. Tenía como objetivo evitar el restablecimiento del gobierno constitucional y luchar contra los elementos liberales.

   Estaba formado por los entonces elementos más intransigentes del absolutismo español. Dependían de los ayuntamientos y estaban bajo la autoridad del capitán general, excepto en el País Vasco, en el que el control lo ejercían las diputaciones forales. En 1826 estaba integrado por 200.000 voluntarios, pero sólo la mitad llegó a estar uniformado y armado en 486 batallones de infantería, 20 compañías de artillería, 52 escuadrones de caballería y algunas compañías de zapadores. El cuerpo tenía un inspector general, siendo el primero José María Carvajal.

   Se disolvió oficialmente en 1833, y una parte de sus integrantes se sumó las fuerzas del infante Carlos María Isidro durante la Primera Guerra Carlista.

   No faltaron, en la comarca de Atienza, personajes que se integraron en dicho cuerpo, uno de aquellos fue uno de los boticarios de Atienza, Manuel Sánchez Yagüe, quien pasó mil y una calamidades sirviendo en el cuerpo, pero mejor, ya que tenemos su testimonio, que sea él quien nos cuente su aventura, a través de un memorial que dirigió a quien lo quisiese escuchar.




  




 De su aventura se hizo eco la prensa de la época, quien comenzó retratando al personaje:

   Don Manuel Sánchez, vecino de la villa de Atienza, fue uno de los que habiendo intervenido en casi todas las tentativas de aquel heroico país en beneficio de S.M. abandonando sus comodidades y familia, se incorporaron desde el primer momento a las tropas realistas organizadas en Sigüenza en 1822. Constante en su resolución, las acompañó hasta el momento en que tuvo que pasar a Francia, en compañía de uno de los individuos de la Junta a implorar socorros para aquella provincia devastada por la rabia de los revolucionarios; regresando desde Bayona con una comisión importante fué aprendido por los voluntarios de Tarazona, y conducido á Zaragoza, de donde salió entre las filas constitucionales del general Ballesteros. 

   Continuaba la crónica: Nuestros lectores verán en la adjunta relación que nos comunica, hasta qué punto ha llegado la barbarie de esa secta, que ahora pondera tanto la moderación.

   Y es aquí, donde comienza el relato de nuestro paisano:

   Señores Editores: el día 3 de abril (de 1823) á las once de la noche me sacaron del castillo de Zaragoza con  otros 700 realistas para embarcarnos en el canal con dirección á Tudela: permanecimos en ésta dos días, y al tercero salimos con destino á Santoña con el barro á la rodilla , perdiendo todos el calzado en esta expedición.

   Con motivo de hospedarse el general Ballesteros en Alfaro tuvimos que pasar á la Aldea, dos leguas mas allá, permaneciendo en un barrizal hasta la rodilla ínterin pasaba S. E. Llegados al pueblo nos cerraron en la iglesia, donde con el agua, barro y frialdad se baldaron muchos de mis compañeros. Al día siguiente salimos para Calahorra, aumentándose el número de baldados por el mal tiempo, sin otro alivio que el de ser puestos en un carro uno sobre otro como costales de trigo. 

   Al salir de Calahorra el comandante abrió la cabeza á un teniente coronel, que hizo fusilar á veinte pasos de la población, curando de este modo sus heridas. Los demás conducidos en bagajes unos, y luchando con la muerte otros, llegamos á Morillo, donde nos cerraron en un pósito tan reducido que al amanecer hubo que sacarnos á respirar aire libre, siendo milagro que no nos hubiéramos ahogado todos. Aumentado considerablemente el número de enfermos, partimos para Fuenmayor , haciendo un ligero descanso en Logroño, donde quedaron algunos enfermos, no en el hospital para curarse, sino en la cárcel para morirse cuanto antes.

   Los demás llegamos á Fuenmayor, dormimos en la iglesia, y salimos para Haro; pero hubo contraorden para que fuésemos á Logroño: anduvimos media legua, y á la legua se nos mandó volver á Logroño, á donde llegamos rendidos de andar atrás y adelante con un fuerte calor, y poco menos que corriendo. Permanecimos un día allí, porque ninguno quería encargarse de nuestra conducción , hasta que Chapalangarra lo hizo, mandando que al que no pudiese andar, ó se quedase atrás, se le tiraran cuatro tiros.

   De esta suerte caminamos hasta Tudela, andando diez y once leguas por día ; en la que habiendo alojamiento, se nos hizo dormir al sereno en una noche muy fría, llegando la barbarie hasta amenazarnos con la muerte, porque nos quejábamos del frió.

   Escoltados de los voluntarios peseteros salimos para Mallen, donde murieron dos del sofoco del alojamiento. Reunidos á éstos los de Borja principió el fuerte de nuestros trabajos. Era cosa espantosa  ver  aquellos  tigres  despojarnos de nuestros pobres vestidos, atravesar con la bayoneta
n uestros compañeros, y caer tal vez de un tiro el inmediato, quedando el cadáver pendiente del brazo de un compañero á quien le unía una misma cuerda. Enmedio de esta confusión llegamos á Alagón, donde se nos destinó á un portal en que cabían solos 300 de los 900 que componíamos esta desventurada comitiva. Observando esta imposibilidad el comandante, "yo haré que cojan," respondió un sargento; y envistiendo á bayonetazos y tiros á los que estaban dentro, nos embanastó como sardinas, quedando mezclados los vivos con los muertos por la sofocación, cansancio y tiros. 

   De esta suerte caminamos hasta Lérida, incorporándose al paso los peseteros de Zaragoza, que unidos á los anteriores sacrificaron más de 200 realistas, robándonos hasta la ropa rota y sucia soldados y comandantes, de suerte que unos iban sin camisa, otros en calzoncillos , y todos luchando con la desnudez y el hambre al mismo tiempo. En Tudela sacaron 10 rs. á un realista para socorrernos, y el comandante se embolsó el dinero, negándonos hasta el pan, y teniéndonos cuatro días sin probar bocado, ni aun permitirnos beber agua. En Lérida se renovó la escolta con tropa de línea que nos condujo con menos inhumanidad; entresacaron los curas, frailes, oficiales, y atándolos malamente nos condujeron al presidio de Tarragona. A los tres días pusieron con cadena más de ciento, y á nosotros nos destinaron á un calabozo, incorporándonos con los facinerosos. Dándonos después víveres para solos dos días, nos pusieron en un barco de pescador con dirección á Cartagena, colocándonos á 50 en la capacidad de 30, y escogiendo por patrón á un corsario constitucional.





   Después de once días, de los que dos estuvimos para naufragar arribamos á Cartagena, donde nos tuvieron á bordo 5 días, sin permitir que saliesen más de 10 de nuestro barco, y 50 de otros para el hospital. A los demás nos desembarcaron después con otros 450 que venían en diferentes barcos; los llamados cabecillas fuimos atados inhumanamente apenas saltamos á tierra; y con orden de fusilarnos al primer movimiento, emprendimos nuestra marcha para Málaga, durmiendo en cementerios y establos todas las noches, y comiendo alguno que otro día dos cucharadas de un miserable rancho, porque el comandante no solo nos robó nuestro socorro, sino hasta las crecidas limosnas que hacían para nuestro alivio. En Guadix recibió orden de conducirnos á Almería, en cuyo viaje no solo no comimos y tuvimos los sepulcros por camas, sino que nos hizo marchar por medio de un arroyo, sin permitirnos orillar y tomar el camino, de cuyas resultas á la llegada á Almería fuimos 7 2 al hospital, de los que la mayor parte recibieron al siguiente hasta la Extremaunción. A pocos días se nos hizo embarcar para Motril, siendo necesario bajar en brazos á los enfermos: se nos colocó á 180 en un barco donde cabían escasamente 70, los enfermos sobre  cubierta, sin más provisiones que pan y agua para dos días, con orden de que nos echasen al mar si no querían recibirnos. 

   Fuimos recibidos á balazos, y como de milagro se nos devolvió á Almería después de siete días, en que no comimos más de siete medias raciones de pan, ni bebimos más de agua mareada. Se nos sacó á tierra para conducirnos por ella á Motril. Los sanos no podían moverse hinchadas las piernas de venir unos sobre otros; los enfermos por la impresión del sereno y los soles, y sobre todo por la falta de alimento.

   Detuvo la marcha, reduciéndose toda la caridad de aquellas fieras á dejar en el hospital á los más gravemente enfermos, de los cuales era uno yo. A pocos días se me mandó salir para Motril, y haciendo presente mi imposibilidad se me contestó que muerto ó vivo había de ir allá. En este apuro, recogiendo las pocas fuerzas que me quedaban, y ayudado de mi hijo, compañero inseparable de mis trabajos desde que supo la prisión, logré salirme y ocultarme en casa de un buen realista, donde permanecí 17 días en cama, hasta que avisado de que se sabía mi permanencia, y trataban de prenderme y fusilarme, tuve que salir de noche, desnudo, poco menos que á rastra, y sin saber camino.

   Oculto unas veces entre matas, luchando otras con la debilidad y la inclemencia pude arribar por fin al primer pueblo realista, donde encontré la humanidad que no habita entre los revolucionarios.
   Mi estómago ha perdido enteramente sus fuerzas; y mi cuerpo deshecho con los trabajos camina por momentos á la nada de donde salió. Ruego á ustedes encarecidamente se sirvan insertar la historia de nuestras desgracias, para que los pueblos vean la humanidad práctica de los que se precian de civilizarnos, y cuando menos encomienden á Dios á los desgraciados compañeros de mi lealtad que murieron á mano de estas fieras. De ustedes afectísimo servidor Q. B. S. M. — Manuel Sánchez Yagüe."

   Y nos dice el mismo medio en el que dicha aventura fue publicada:

   Dudaríamos de esta relación á no haberla recibido de mano de su autor, en cuyo rostro se hallaba estampada la historia de todos sus trabajos. Vestido de arriero, con un sombrero redondo en la mano, amarillo su rostro, reducido ya á los huesos y el pellejo, la voz trémula y fatigosa le oímos referir una por una sus desgracias, á las que no llega con mucho esta relación que nos ha comunicado. Sentimos tener que rehacer el papel y angustiar el corazón de nuestra patria con la relación de unos horrores cometidos por hijos suyos contra sus propios hermanos; pero estas sombras realzan por otra parte la lealtad pura de sus verdaderos hijos, confundiendo la obra de esa filosofía enemiga de nuestro suelo, y dan margen á reflexiones profundas é interesantes. Lluvias, barros hasta la rodilla, desnudez, hambre, bayonetazos, sofocaciones en la habitación, fríos, naufragios, enfermedad, insultos padecidos por un realista que lucha á brazo partido con los sufrimientos y la muerte, son nada , son ambición , hambre de empleos, iniquidad á los ojos de la moral del siglo XIX.

   El robo de prendas, de las limosnas, de la ropa de estos desdichados; la inhumanidad de su conducción, el abrirles la cabeza y curarlos con un balazo, el cerrarlos como ovejas en un bache, el tenderlos sobre los sepulcros, el hacerles caminar por el agua, el no respetar hasta el lecho de su dolor, violando los derechos de la humanidad doliente es liberalidad, patriotismo, celo, mansedumbre, caridad á los ojos de tanto misántropo hipócrita, que habiéndose complacido en los lamentos de la virtud, solo ha reservado sus lágrimas para llorar, y deprimir la obra de la justicia. Confróntese la suerte de este desdichado con la de sus verdugos. ¡Qué contraste tan vergonzoso para este siglo de tinieblas y de error!


   En los mismos días en que aquellos aseguraban su fortuna, llega a Madrid este miserable.... ¿Y qué suerte ha sido la suya después de haber agotado el sufrimiento por su Dios y por su Rey? 

   Nosotros le hemos visto vestirse de limosna ; nosotros le hemos visto mendigar un caldo que su estómago no podía detener; nosotros hemos tenido á la vista las cartas de su desgraciada familia, que embargados sus bienes y abandonada á la indigencia, sin más crimen que la lealtad de su padre en estos años, se hallaba obligada á quitarse de la boca el pan para socorrerle, nosotros le hemos visto caminar de oficina en oficina, postrarse por fin en una cama, y partir después á aumentar la amargura y costa de sus hijos hasta que recoja sus huesos el sepulcro: nosotros hemos visto á un hijo transido del hambre , y desnudo, por no faltar á los deberes de la naturaleza, partir á su lado, volviendo al seno de su familia sin más socorro que un padre moribundo: nosotros le hemos oído referir que al presentar un despacho provisional con que se remuneraban tantas fatigas , hubo un militar que le preguntó: ¿quién había elevado un paisano al grado de capitán? y ¿Quién le había elevado? La desgracia de unas autoridades que no encontraron lealtad en otra parte; la rebelión de unas tropas que abusaron de las armas que les confió la patria; el egoísmo de tantos que solo se dejan ver como el iris cuando sale el sol después de pasada la tormenta.

   Señor: lleguen á las oídos de V. M. estos clamores de la lealtad. Examine V. M. las manos de esos censores tan severos hoy con los realistas; pregúnteles V. M. ¿dónde estaban cuando aquellos padecían hambre, y luchaban con los horrores de la persecución? Y si la sabiduría corrompida ó vergonzosamente cobarde abandonó á V. M. en sus mayores apuros, ¿serán delito los yerros de quien emprendió una obra que debía ejecutar ella, arrojándose á los peligros sin más ciencia que la de morir al lado de su Rey? Haga V. M. recaer el premio sobre los amigos probados en la tribulación y el Trono será estable.

 Una página más de nuestra historia reciente.

Tomás Gismera Velasco