Abogado. Político.
Cifuentes (Guadalajara), 1879 -
Madrid, 24 de febrero de 1940.
José Serrano Batanero saltó al mundo del periodismo, de la España en
grande, en el mes de marzo de 1905, a raíz de uno de aquellos sucesos que
tuvieron lugar en su tierra natal de Cifuentes, y al que la historia puso el
título de “El crimen del Ermitaño”.
Contaba con apenas 24 años de edad y estaba metido de lleno en sus
estudios de Derecho en la Universidad de Zaragoza, donde, como su primo Francisco
Layna en Madrid, demostró tener capacidad de líder, ya que comandó las milicias
estudiantiles en los congresos escolares que tuvieron lugar en aquellos años en
Zaragoza, Valencia y Barcelona.
Para 1910 ya era abogado en ejercicio, y periodista por vocación. En
Madrid ganaba pleitos, y en Guadalajara publicaba artículos que hablaban de su
pueblo: Cifuentes. Antes había recorrido medio mundo en aquellos sueños
bohemios de un chico de bien, como él mismo diría: Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Méjico, República del
Ecuador, toda la América, en fin, del Sur y gran parte de la del Norte. Por supuesto, Europa, también.
Su fama de buen letrado en causas penales lo lanzó al estrellato
mediático de los abogados de prestigio. Sus primeros casos fueron seguidos por
la prensa, que ensalzó sus alegatos en defensa de sus patrocinados, y si
comenzó con el simple crimen de un pinche de cocina, poco a poco fue
ascendiendo en el escalafón legislativo hasta llegar a intervenir en casos tan
de película como “El crimen del Capitán
Sánchez”; el no menos famoso del “Café
de Fornos”… y tantos más. Don José, Serrano Batanero, protagonizó una de
aquellas escenas que ha traspasado la frontera del tiempo, al presentarse con
los hijos de su condenado capitán Sánchez ante las puertas del palacio real
para, cuando saliese el rey, pedirle clemencia para su condenado a muerte. Que
no la logró.
Antes de eso entró a formar parte de los jóvenes liberales que andaban a
medio camino entre el mundo de la cultura y el de la política, cuando Maura se
retiró de la escena corriendo el año de 1913. Serrano Batanero se reveló como
un gran orador, fama que le acompañaría el resto de su vida, protagonizando
innumerables encuentros de carácter político, o dando conferencias sobre los
más diversos temas, con preferencia relacionadas con el mundo de la abogacía y
los derechos humanos.
Su
fama como abogado penalista creció con el paso de los años, siendo uno de los
tres o cuatro abogados imprescindibles en la prensa diaria. A lo que contribuyó
en gran manera el fotógrafo Alfonso, autor de muchos de los fotogramas
judiciales en los que Serrano Batanero intervino, y con quien mantendría una
profunda amistad llegando, Serrano Batanero, a ser testigo en las bodas de los
hijos de Alfonso.
A
aquel mediático del capitán Sánchez siguió otro no menos atrayente, el llamado
“Crimen de Cabanillas”, y a este
algunos más que hicieron que en su bufete no faltase el trabajo, ni a las
puertas de su casa los periodistas dispuestos a entrevistarlo. Su fama traspasó
los límites de Madrid o Guadalajara, siendo constantemente invitado a dar
charlas o conferencias en diversas provincias. A nada se negó, y menos aún a
entrar en política cuando de resultas de sus actuaciones fue propuesto para
tomar parte de la provincial, en un principio, desde la que dar el salto a la
nacional.
Siguiendo
la carrera que ya habían tenido algunos miembros de la familia Serrano Sanz,
entre ellos su padre, optó a un puesto de diputado por Guadalajara en 1919
enfrentándose al todopoderoso Sr. Brocas, por lo que fue derrotado.
Compaginando estos primeros flirteos políticos con su imparable ascenso como
abogado penalista que lo llevaron a que el Ayuntamiento de Madrid pusiese calle
a su nombre, descubierta a modo de homenaje en aquel decenio. A aquellos casos
que intrigaban al pueblo se unieron otros de no menos interés político,
llegando a actuar en el proceso sobre el asesinato de Eduardo Dato defendiendo
a Luis Nicolau, quien sería condenado a la última pena. Años después, en 1935,
sería igualmente uno de los abogados defensores de los encausados en el llamado
“proceso del octubre rojo” que tuvo
lugar en el cuartel del Conde-Duque de Madrid, donde se juzgó a las milicias
socialistas que desencadenaron los sucesos de la revolución de octubre de 1934.
Significándose después en el juicio sobre los sucesos de la calle de
Magallanes, por terrorismo, contra algunos tranviarios madrileños. Y más
adelante sería uno de los juristas que hubo de verificar la legalidad del
proceso llevado a cabo contra los capitanes Galán y García Hernández en de
Jaca. Igualmente fue el abogado defensor de Pablo Iglesias en los procesos que
se siguieron contra este.
En
las primeras elecciones legislativas que tuvieron lugar tras la proclamación de
la República, en 1931, Serrano Batanero obtuvo un acta de Diputado por
Guadalajara, presentándose en las listas del partido socialista, si bien dentro
de Alianza Republicana. Fue Serrano Batanero el primero en presentar el acta de
Diputado en el Congreso, correspondiéndole por ello abrir la primera sesión
legislativa de las primeras cortes republicanas, en la que fue elegido
presidente Julián Besteiro.
Había
iniciado con aquello un ascenso imparable dentro del partido, y de la sociedad
política española. Poco tiempo después sería nombrado Presidente del Consejo de
Administración del Monte de Piedad, futura Caja de Ahorros de Madrid y luego
Bankia, en donde se distinguió, a juicio de la prensa, en su persecución para
acabar con el chalaneo de los prestamistas, desbancando
de los cargos a la nobleza, para ser del pueblo y para el servicio del pueblo.
En
esta misma época se distinguirá como defensor de los derechos de la mujer,
dando charlas y conferencias a favor del voto femenino y de la igualdad, en
unión de Victoria Kent. De la misma forma que será un acérrimo defensor del
idioma español, hasta hacer que durante la Conferencia Interparlamentaria
celebrada aquellos años por Diputados de todo el mundo, uno de los idiomas oficiales
fuese el español. Logro personal que explicaría con palabras sencillas: Hasta ahora por convenio internacional los
únicos idiomas reglamentarios eran el francés, el inglés y el alemán, los
españoles se negaron a hablar en aquellos idiomas y en consecuencia el español
tuvo que ser aceptado. Quien se negó a hablar en aquellos idiomas fue el
propio Serrano Batanero, representante español junto a Clara Campoamor, y
algunos senadores más.
El
estallido de la Guerra Civil llevó a Serrano Batanero a significarse más
profundamente con el pueblo. A comienzos de 1936 había sido nombrado Consejero
permanente de Estado, y tras aquel vendrían otros, entre los que figuraron el
de Presidente del Comité Directivo de la Confederación Española y del Instituto
de Crédito de las cajas generales de Ahorro, cargo del que dimitió a comienzos
de 1937 para pasar a ocupar un cargo de concejal en el Ayuntamiento de Madrid,
presidido entonces por Rafael Henche de la Plata.
En
meses sucesivos sería Consejero Delegado de Tranvías; Consejero de Cultura;
Consejero del Monte de Piedad… Y en función de tales cargos, así como por sus
indudables dotes oratorias, recorrió los frentes madrileños de la guerra dando
charlas, rechazando, cuantas veces se le propuso, ocupar ministerios. Formando
parte junto a otros conocidos abogados, entre ellos Victoria Kent, del comité
de “Abogados Antifascistas”, entre
otras muchas asociaciones siendo, desde su cargo en el Ayuntamiento de Madrid,
uno de los responsables de la protección y evacuación del Museo del Prado, al
tiempo que ejerció de anfitrión a las delegaciones extranjeras que por aquellos
días visitaron Madrid.
En
ningún momento, ni antes ni después de la guerra, mostró deseos de abandonar
Madrid. Tampoco quiso marchar al exilio cuando la guerra estuvo perdida para
los republicanos, no oponiendo ninguna resistencia a su detención, al término
de aquella.
Fue
juzgado en consejo de guerra acusado de “auxilio
a la rebelión”, puesto que no se le pudieron probar otro tipo de delitos, encargándose
de su propia defensa y dirigiéndose a los miembros del tribunal que lo juzgaba
como “señores rebeldes”, haciendo una
alocución en la que con los códigos militares en la mano demostró a sus
juzgadores que ellos eran quienes debieran enfrentarse al tribunal. Y
entendiendo que aquellos habían cambiado las leyes para juzgar a sus
adversarios, y sintiéndose por tanto él mismo adversario de quienes lo
juzgaban, solicitó su propia pena de muerte, para vergüenza de quienes habían
jurado defender las leyes por su honor de militares, convirtiéndose en
traidores de su propio juramento. Admitiendo haber cometido el delito de ser leal a la legitimidad republicana que
ustedes como golpistas han mancillado.
En
ningún momento consintió que se dirigiesen a él sin anteponer el “don”, como le
correspondía por sus estudios, nombramientos y títulos
Contrajo
matrimonio en Durón, el 24 de septiembre de 1911, con Esperanza Serrano
Monserrat, con quien tuvo tres hijas, de las que únicamente una le sobrevivió ejerciendo
en Madrid el mismo oficio de abogado que su padre.
Aquella madrugada en la que se lo llevaron camino de las tapias del
cementerio del Este, de Madrid, desde la cercana cárcel de la calle de Torrijos
(hoy calle del Conde de Peñalver), donde dejaría su vida, podemos imaginar que
escribió su última carta. Aquella que pudo titular “Cuando el alba me alcance”:
Cuando el
alba me alcance nada tendrá importancia y todo estará perdido, o quizá sea el
comienzo de algo nuevo. De cualquier modo habré mantenido, hasta ese momento,
mi dignidad.
-Muy
arrogante es usted. Una lección de humildad cuando tan escaso tiempo le resta
en este mundo y tan poca vida le queda no le vendría mal. Habrá que ver si tan
gallito se sostiene dentro de… –se han atrevido a decirme cuando me han
comunicado que al alba ha de ser. Dentro de unas horas, no importa cuántas,
pues el tiempo se me detuvo el mismo día en el que a la libertad del pueblo le
pusieron cadenas.
Extraño
puede resultar a quien lo lea, y desconcertados quedaron los miembros del
Tribunal rebelde que me juzgó; en el fondo
solicitar mi condena era acusarlos a ellos, a los sediciosos, a los rebeldes,
de todas y cada una de las condenas inocentes que una tras la otra comenzaron a
cargar sobre sus espaldas desde ese, dichoso para ellos y adverso para los
españoles de corazón libre, primero de abril de 1939. Tanta sangre derramada en
la inocencia…
Los veía,
a mis jueces, como personajes de un espectáculo de títeres sin escrúpulos, con
hambre y sed de venganza. Por ello, y en bandeja, les ofrecí mi vida.
-Es por
ello, señores rebeldes de este dignísimo Tribunal que no me cabe mayor
desagravio que el de solicitar, como así lo solicito, la pena de muerte.
Una vez
más, perdí la cuenta de las que lo hicieron a lo largo del proceso, fui llamado
al orden, a su orden.
-Se le
advierte que de continuar con su desacato…
-No pueden
considerar desacato, señores rebeldes de este digno Tribunal, que me dirija a
ustedes como rebeldes, pues ustedes se alzaron en rebeldía contra el Gobierno
legalmente constituido.
Satisfacción
personal acusar de rebeldía a quien me acusaba de auxilio a la rebelión, cuando
no hice otra cosa que mantenerme firme en la convicción de servir al pueblo y
Gobierno elegido por él. Tampoco mis quejas les importaban demasiado, pues en
su ánimo estaba que la representación teatral, queriendo dar legalidad a un
proceso judicial que no la tenía, concluiría en condena.
Y la
sentencia concluyó con la condena a muerte. Por garrote vil, como castigo a mis
reiterados desacatos, según ellos. Ratificando que sí, que en su último ánimo
se encontraba la venganza. Su venganza cristiana en el nombre de Dios y del
nuevo orden jurídico e institucional formado tras su llamada Cruzada de
Liberación Nacional.
Al venir a
notificarme el inmediato cumplimiento de la sentencia escuché que alguien
pronunciaba mis apellidos, sin más.
-¿Serrano
Batanero?
He clavado
mis ojos en quien me buscaba.
-Si es al
Excelentísimo Señor Don José Serrano Batanero a quien busca…. No tiene usted
por qué apearme tratamientos. Tengo el de Excelentísimo Señor en base a los
cargos que desempeñé a lo largo de mi vida, y tengo el Don como precedente a mi
nombre, puesto que me doctoré en Derecho. Pueden ustedes arrebatarme la vida,
pero nunca mi dignidad, son mis carceleros, pero ello no les exime de guardar
las reglas de la formal educación.
Y en ese
afán de mantenerse en su rudeza, tras unos instantes de duda, me replica:
-Es igual,
Señor, Excelentísimo, o como usted lo quiera. Le traigo la notificación del
cumplimiento de sentencia. De madrugada será fusilado.
Al leer la
notificación me llevé una grata sorpresa. El dignísimo Tribunal de rebeldes que
ordenó mi muerte me conmutaba la pena de garrote por el fusilamiento junto a
las tapias del cementerio del Este, en la madrugada del frío Madrid. Todo un
detalle. El garrote es arma contra criminales, y nunca lo fui. Me duele conocer
que tendré compañeros de viaje, don José Gómez Osorio, don Ricardo Zabalda y un
joven, condenado por anarquista quien, en su pesadumbre, no ha sido capaz de
pronunciar su nombre.
-Entereza
muchacho –me he atrevido a decirle al conocer que se encontraba en idéntica
situación a la nuestra-, la muerte puede ser una tragedia si se la teme. Una
victoria si, enfrentándonos a los verdugos, la miramos avergonzándolos a ellos.
El delito
de mis compañeros de viaje, de don José y de don Ricardo, el mismo que el mío,
la oposición al Movimiento, su movimiento, desde nuestros diferentes cargos.
Don José, Gobernador civil de Madrid en los meses previos a la derrota. Don
Ricardo, líder del Sindicato de Trabajadores de la Tierra. A don José le han
permitido despedirse de su hijo Sócrates, que aguarda destino en nuestra misma
prisión, celda contigua a la nuestra.
Se hace
larga la espera, hasta que alguien llega y pronuncia el nombre:
-Excelentísimo Señor Don José Serrano Batanero…
Escucho el
sonido ronco del motor del vehículo aguardando, y ese marcial marcar el paso de
quienes dispararán sus armas sin preguntarse contra quien lo hacen, ni por qué,
para no ensuciar sus conciencias más de lo que están...
Los fusiles se dispararon sobre las tapias
del cementerio del Este, en Madrid, la madrugada del 24 de febrero de 1940. Don
José Serrano Batanero, que acababa de cumplir 60 años de edad, había nacido en
Cifuentes en 1879, hijo de Félix Serrano Sanz y de Epifania Batanero Palafox, y
no permitió que le vendasen los ojos.
Tomás Gismera Velasco